jueves, 29 de septiembre de 2016

Barcos de papel

El folio era verde, como sus ojos. Aquellos que se le aparecían en cada esquina, en cada rincón de aquella ciudad ahora maldita, que la atormentaba con recuerdos dolorosos, supurantes de un amor que ahora la mataba en lugar de darle la vida. La tinta manchaba la superficie lisa, suave, acuchillada por aquellas palabras que nunca fue capaz de decir. Nunca sería demasiado tarde, eso le había dicho él. Las volvió a leer, con los labios entreabiertos, la punta de la lengua rozando los dientes. Ojos entrecerrados, huyendo del reflejo del sol en el agua del estanque, también maldito. Una mano revoloteaba alrededor de su cuello, como si tuviera que decidir si posarse en la piel erizada y fría o seguir allí, parada en medio del aire, tentada para siempre por la sensación suave de la carne viva bajo los dedos. Un sollozo atrapado en la garganta, quizá una palabra de perdón. Quizá de despedida. Nunca llegó a saberlo.

Hay veces que te hecho de menos. Camino por la calle, con la mochila tirándome de los hombros, recordándome a cuando era tu brazo el que descansaba allí. Suelo ir distraída, mirando más allá de la gente y los escaparates, tal y como decías que solía hacer. Recuerdo que confesabas una y otra vez cuando adorabas eso de mi, no sé si seguirá siendo así ahora.

El otro día, cuando volvía a casa del trabajo, estaba atardeciendo. Y el cielo estaba rosa… Bueno, más bien de ese color entre anaranjado y rosado que tanto te gustaba, él que decías que nunca tendría nombre. Eso también me hizo recordarte, y después, extrañar tu presencia cálida a mi lado. El silencio cómodo que me tranquilizaba, incluso cuando no estaba nerviosa. Había un chico sentado en la escalera de la biblioteca, la que no queda demasiado lejos de mi casa, y juré ver tu rostro en el suyo. Pero solo resultó ser otro más con una cara anónima, unos ojos fríos y desconocidos que no me miraban con la misma calidez que tenían los tuyos. No me paré, no intenté entender a que venía aquella equivocación. Hace ya bastante tiempo que dejé de buscar la razón de mis ilusiones, mis visiones mentirosas.
No sé donde estás, quien te abraza por las noches, quien habla contigo hasta que caes rendido. Espero que alguien que se ajuste a como eres, a como quieres ser. Todavía me arrepiento de haber dicho lo que dije, olvidando las palabras reconfortantes que ambos sabíamos que podía decir y pero que jamás pronuncié. Siento cada gesto, cada mirada, cada silencio como una puñalada directa a mis sentimientos, los que se escurren entre las costillas con avidez a cada momento. Lo siento, aunque tengo la sensación de que eso ya sirve de poco. Te sigo queriendo, si es algo que te hace sentir mejor. Y tengo la certeza de que será eso lo que acabe por matarme, por si encuentras venganza saciada en mis palabras.
Te quiero… olvidar. Decirte adiós. Solo recordar aquellos años como tiempo pasado y vivido. Me es difícil. Espero conseguirlo antes de consumirme por completo.
Seré tuya… por ahora.

Dobló con habilidad la página, viendo como las letra se partían, como las frases perdían el sentido. Plegó, estiró, construyó. Un pequeño barco, que cabía en la palma de su mano, la miró. Lo observó. Era perfectamente imperfecto. Un segundo más, una respiración entrecortada más. Se acabó. Apoyó con cuidado la parte baja del pequeño bote en la superficie tranquila del agua. Se tambaleó unos segundos, amenazando con hundirse antes de zarpar. No lo consintió. Lo empujó mínimamente con la punta de los dedos, viéndolo avanzar con reconfortante tranquilidad. Y se alejó. Las palabras se marcharon lejos de ella, aligerando la presión en el pecho, bajando el volumen de las voces en la cabeza. Al final, el papel acabó por empaparse por completo, convirtiendo su pequeña creación en un amasijo verde oscuro que se derretía, como el helado en pleno verano. Lo perdió de vista una vez se hundió, apenas habiendo llegado a la mitad del estanque.
Ahora sus palabras jamás serían leídas, como el resto que, con gesto solemne, había mandado a un destino similar. Él jamás sabría lo que de verdad pensaba, lo que la atormentaba por las noches. Jamás conocería su arrepentimiento, los pensamientos que le dedicaba a lo largo del día. Mejor así, pensó mientras se ceñía el abrigo contra el cuerpo, levantándose del banco y caminando hasta la salida.
No tardaría en volver. Nunca lo hacía.


*  *  * 

La música es un elemento que puede resultar muy útil durante el proceso creativo. Muchas veces, para mejorar la concentración, se emplea música. En ocasiones ayuda a alcanzar “el ambiente”, o el ritmo, que un texto en particular requiere.
El ejercicio de esta semana consiste en escoger de 3 a 5 canciones sin pensarlo mucho. Elegir el orden de reproducción que más nos guste, o atrevernos con el aleatorio. Coger papel y boli, o abrir el archivo de Word. Cuando le deis al PLAY, empieza vuestro proceso de escritura. Y acaba en cuanto se acaben las canciones que habéis escogido. ¿De que vais a escribir, os va a dar tiempo a cerrar el texto, o quedará inacabado. El tiempo de escritura se acaba cuando la música deje de sonar (y se entiende que escogemos pocas canciones para llevarnos al límite de nuevo). La realidad del ejercicio es esa: tendréis poco tiempo.

En mi caso he elegido:

-This Town de Niall Horan.
-When We Were Young de Adele.
-When You Love Someone de James TW.
-Fresh Eyes de Andy Grammer.

Podéis contactar con Jen y Adri en su correo colectivodetroit@gmail.com

Y ahora las instrucciones habituales.

1. Leer el “enunciado” del ejercicio.
2. Interpretar el “enunciado” del ejercicio libremente.
3. Escribir lo que te sugiera. Pero con música de fondo.
4. Publícalo en tu espacio.
5. Cuéntanoslo para que podamos enlazarte tanto en los comentarios como por las redes sociales.
6. No olvides usar el hashtag #ColectivoDetroit, y disfrutar la participación al máximo.

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