El
folio era verde, como sus ojos. Aquellos que se le aparecían en cada
esquina, en cada rincón de aquella ciudad ahora maldita, que la
atormentaba con recuerdos dolorosos, supurantes de un amor que ahora
la mataba en lugar de darle la vida. La tinta manchaba la superficie
lisa, suave, acuchillada por aquellas palabras que nunca fue capaz
de decir. Nunca sería demasiado tarde, eso le había dicho él. Las
volvió a leer, con los labios entreabiertos, la punta de la lengua
rozando los dientes. Ojos entrecerrados, huyendo del reflejo del sol
en el agua del estanque, también maldito. Una mano revoloteaba
alrededor de su cuello, como si tuviera que decidir si posarse en la
piel erizada y fría o seguir allí, parada en medio del aire,
tentada para siempre por la sensación suave de la carne viva bajo
los dedos. Un sollozo atrapado en la garganta, quizá una palabra de
perdón. Quizá de despedida. Nunca llegó a saberlo.
“Hay
veces que te hecho de menos. Camino por la calle, con la mochila
tirándome de los hombros, recordándome a cuando era tu brazo el que
descansaba allí. Suelo ir distraída, mirando más allá de la gente
y los escaparates, tal y como decías que solía hacer. Recuerdo que
confesabas una y otra vez cuando adorabas eso de mi, no sé si
seguirá siendo así ahora.
El
otro día, cuando volvía a casa del trabajo, estaba atardeciendo. Y
el cielo estaba rosa… Bueno, más bien de ese color entre
anaranjado y rosado que tanto te gustaba, él que decías que nunca
tendría nombre. Eso también me hizo recordarte, y después,
extrañar tu presencia cálida a mi lado. El silencio cómodo que me
tranquilizaba, incluso cuando no estaba nerviosa. Había un chico
sentado en la escalera de la biblioteca, la que no queda demasiado
lejos de mi casa, y juré ver tu rostro en el suyo. Pero solo resultó
ser otro más con una cara anónima, unos ojos fríos y desconocidos
que no me miraban con la misma calidez que tenían los tuyos. No me
paré, no intenté entender a que venía aquella equivocación. Hace
ya bastante tiempo que dejé de buscar la razón de mis ilusiones,
mis visiones mentirosas.
No
sé donde estás, quien te abraza por las noches, quien habla contigo
hasta que caes rendido. Espero que alguien que se ajuste a como eres,
a como quieres ser. Todavía me arrepiento de haber dicho lo que
dije, olvidando las palabras reconfortantes que ambos sabíamos que
podía decir y pero que jamás pronuncié. Siento cada gesto, cada
mirada, cada silencio como una puñalada directa a mis sentimientos,
los que se escurren entre las costillas con avidez a cada momento. Lo
siento, aunque tengo la sensación de que eso ya sirve de poco. Te
sigo queriendo, si es algo que te hace sentir mejor. Y tengo la
certeza de que será eso lo que acabe por matarme, por si encuentras
venganza saciada en mis palabras.
Te
quiero… olvidar. Decirte adiós. Solo recordar aquellos años como
tiempo pasado y vivido. Me es difícil. Espero conseguirlo antes de
consumirme por completo.
Seré
tuya… por ahora.”
Dobló
con habilidad la página, viendo como las letra se partían, como las
frases perdían el sentido. Plegó, estiró, construyó. Un pequeño
barco, que cabía en la palma de su mano, la miró. Lo observó. Era
perfectamente imperfecto. Un segundo más, una respiración
entrecortada más. Se acabó. Apoyó con cuidado la parte baja del
pequeño bote en la superficie tranquila del agua. Se tambaleó unos
segundos, amenazando con hundirse antes de zarpar. No lo consintió.
Lo empujó mínimamente con la punta de los dedos, viéndolo avanzar
con reconfortante tranquilidad. Y se alejó. Las palabras se
marcharon lejos de ella, aligerando la presión en el pecho, bajando
el volumen de las voces en la cabeza. Al final, el papel acabó por
empaparse por completo, convirtiendo su pequeña creación en un
amasijo verde oscuro que se derretía, como el helado en pleno
verano. Lo perdió de vista una vez se hundió, apenas habiendo
llegado a la mitad del estanque.
Ahora
sus palabras jamás serían leídas, como el resto que, con gesto
solemne, había mandado a un destino similar. Él jamás sabría lo
que de verdad pensaba, lo que la atormentaba por las noches. Jamás
conocería su arrepentimiento, los pensamientos que le dedicaba a lo
largo del día. Mejor así, pensó mientras se ceñía el abrigo
contra el cuerpo, levantándose del banco y caminando hasta la
salida.
No
tardaría en volver. Nunca lo hacía.
* * *
La
música es un elemento que puede resultar muy útil durante el
proceso creativo. Muchas veces, para mejorar la concentración, se
emplea música. En ocasiones ayuda a alcanzar “el ambiente”, o el
ritmo, que un texto en particular requiere.
El
ejercicio de esta semana consiste en escoger de 3 a 5 canciones sin
pensarlo mucho. Elegir el orden de reproducción que más nos guste,
o atrevernos con el aleatorio. Coger papel y boli, o abrir el archivo
de Word. Cuando le deis al PLAY, empieza vuestro proceso de
escritura. Y acaba en cuanto se acaben las canciones que habéis
escogido. ¿De que vais a escribir, os va a dar tiempo a cerrar el
texto, o quedará inacabado. El tiempo de escritura se acaba cuando
la música deje de sonar (y se entiende que escogemos pocas canciones
para llevarnos al límite de nuevo). La realidad del ejercicio es
esa: tendréis poco tiempo.
En
mi caso he elegido:
-This
Town de Niall Horan.
-When
We Were Young de Adele.
-When
You Love Someone de James TW.
-Fresh Eyes de Andy Grammer.
Podéis
contactar con Jen y Adri en su correo colectivodetroit@gmail.com
Y
ahora las instrucciones habituales.
1.
Leer el “enunciado” del ejercicio.
2.
Interpretar el “enunciado” del ejercicio libremente.
3.
Escribir lo que te sugiera. Pero con música de fondo.
4.
Publícalo en tu espacio.
5.
Cuéntanoslo para que podamos enlazarte tanto en los comentarios como
por las redes sociales.
6.
No olvides usar el hashtag #ColectivoDetroit, y disfrutar la
participación al máximo.
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