Hacía días que no la
veía. Era habitual en ella, presentarse frente a mí un par de días seguidos,
pasando conmigo horas y horas en las que no dejaba de contarme cosas, para
luego desaparecer una semana, un mes o incluso años. Yo no se lo echaba en
cara, sabía lo mucho que ella necesitaba de su espacio. Era como si en sus
visitas se vaciara por completo, derramando sobre mi todo. Cuanto pensaba, lo
que rondaba su cabeza hasta los rincones más oscuros, y luego precisara de
tiempo para volver a vivir, experimentar, sentir. Era la única forma de
asegurarme una de sus visitas, dejándola seguir su camino.
Esta noche está distinta
cuando la veo aparecer delante de mí. Está pálida, algo más delgada que la
última vez, con el pelo grasiento y pegado al rostro. Tiene la nariz roja, los
labios entreabiertos en un gemido constante, acallado por algo o alguien. Sé que
va a doler, que hoy no nos espera una de nuestras charlas tranquilas,
agradables. Me preparo, pero siempre la primera vez es más dolorosa. Durante
la siguiente media hora dejo que me apuñale, me golpee, me moje con las
lágrimas que no dejan de caer por su rostro, dulcificado por esas líneas
infantiles que no llegan a irse nunca. Aguanto los arañazos con los labios
apretados. Esta vez va a dejarme cicatrices, mi piel dejará de ser tan lisa y
suave como antaño. No me quejo, la dejo hacer lo que quiera. Es lo que necesita,
y yo debo de callar y aceptar.
Se marcha sin decir una
palabra, seguramente demasiado cansada como para explicarme con calma que es lo
que le pasa.
No volveré a verla, algo
en mi lo presiente. Y no me equivoco. Pasan meses hasta que su madre me
encuentra, aovillado en el fondo del cajón. Estoy en el último de ellos,
escondido entre calcetines y medias que ella nunca se pone. Me dijo que era el
escondite más seguro, que no quería que nadie supiera de mi presencia. Eso me
hirió, pero como siempre, quedé mudo y acepté mi devenir con la mayor dignidad
posible. Su madre me sostiene entre las manos temblorosas, y cuando empieza a
llorar logro ver el parecido con su hija. Me manosea, estudia y acaricia
durante horas. Observa las heridas todavía sin curar que me dejó aquella última
visita. No dice nada, porque no hay nada que decir. Ambos sabemos la verdad, lo
que significó aquella violenta despedida. Nunca más volvería a verla, y eso me
hace sentir vacío, sin meta en la vida con la que soñar. Ella no volverá.
Ese es el inconveniente
de pertenecer a alguien cuyo único pensamiento al acostarse es el deseo
ferviente de morir. La echaré de menos, porque ahora no podré volver a gozar de
la confianza de nadie, de las palabras y secretos susurrados cuando ya están
todos durmiendo. Ahora quedaré sin terminar, viviendo en un constante limbo. Ni
vivo, ni muerto. Solo a medias, sin completar.
* * *
El ejercicio de esta semana ha servido un poco para quitarme el óxido en cuanto a temas de escritura se refiere. Algo me decía que antes o después llegaría algo así, y no puedo estar más contenta. Pasad por los ejercicios de Jen y Adri, son muchísimo mejores que el mío. ¡Hasta la próxima!
Esta semana os proponemos crear una personificación.
En otras palabras, dar voz a algo que no la tenga o sea ininteligible. Podéis
elegir un espacio, lugar, objeto, animal: el Corte Inglés, los calcetines de tu
ex, el periquito del vecino. Y ya está, no tenemos más condicionantes.
Requisitos:
-Narrado en primera persona.
-Que el texto no sea la voz/pensamiento de un ser
humano.
Ya sabéis de sobra las instrucciones para participar
1. Leer el “enunciado del ejercicio.
2. Interpretar el “enunciado” libremente.
1. Leer el “enunciado del ejercicio.
2. Interpretar el “enunciado” libremente.
3. Escribir
lo que te sugiera. Protagonizado por un ser inanimado.
4. Publícalo en tu espacio.
4. Publícalo en tu espacio.
5. Cuéntanos
para que podamos enlazarte tanto en los comentarios como por las redes
sociales.
La verdad, qué mérito tienen estos cuadernos, que tanto han lidiado con nosotras, que tanto nos han aguantado :)
ResponderEliminarLa verdad es que sí jajaja Y lo que les quedará por aguantar, pobres :)
EliminarYo que rara vez escribo intimidades en mi libreta que no sean de otros, aunque no existan más que sobre el papel, he sentido auténtico pavor al ver al de la protagonista al descubierto. Y eso que quizá, ella tenía tan mala letra como de la que yo presumo. Así que quizá sus intimidades estarán a salvo de los que la echan tanto de menos. Entiendo la necesidad, es una historia triste, pero es que mi libreta sólo la quiero para mí.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Jen, que alegría volver a verte. (Quién dice verte, dice leerte. Y es algo erróneo, porque te leo a diario por twitter). Gracias por tu comentario, tanto tu como Adri siempre tenéis una palabra amable que dar.
Eliminar